05 enero 2009

París un país de nieve, cuatro grados bajo cero. Delante de nosotros la nada, un poblado gitano que moraba el bajo del puente, junto a nuestro lugar de trabajo ha sido desalojado, -¿deportado?-. ¿Cuándo? Nadie lo sabe, pero parece que ya nada importa. ¿Por qué ahora, en lo más crudo del invierno? Todo para multiplicar aún más el parking del centro comercial que se eleva en la ignominia y ante la ruina. Las máquinas destruyen las frágiles construcciones en contrachapado... Ya no volverán. Regreso a casa en autobús, a mi lado alguien habla de obreros, de sindicatos, de que esto tiene que cambiar y de que la cosa ha ido demasiado lejos, que en definitiva se están riendo de nosotros. Algún día dejará de susurrarnos la verguenza. Algún día. Pienso en eso que llaman ahora trabajo, término pervértido y mal pagado y una asociación de ideas me hiela la sangre:
"Campos de concentración -escribe Blanchot en La escritura del desastre-, campos de aniquilamiento, figuras en que lo invisible se hizo visible para siempre. Todos los rasgos de una civilización revelados o puestos al desnudo ("El trabajo te dará la libertad", "rehabilitación por el trabajo"). En las sociedades donde se exalta precisamente como el movimiento materialista por el cual el trabajador toma el poder, el trabajo se convierte en el sumo castigo ya no con explotación y plusvalía, sino que es el límite en que se deshizo todo valor y el "productor", lejos de reproducir al menos su fuerza de trabajo, ni siquiera es aún el reproductor de su vida. El trabajo deja de ser su manera de vivir para ser su modo de morir. Trabajo, muerte: equivalentes. Y el trabajo está por todos lados, en todo momento. Cuando la represión es absoluta, no hay mas ociosidad, "tiempo libre". El sueño está bajo vigilancia. Entonces el sentido del trabajo es la destrucción del trabajo en y por el trabajo. Pero ¿si, como ocurrio en algunos komandos, trabajar consiste en llevar a la carrera unas piedras a tal sitio y apilarlas, para luego traerlas de vuelta al punto de partida (Langbein en Auschwitz, el mismo episodio en el gulaj, Soljenitsin)? Entonces, el trabajo ya no puede destruirse con algún sabotaje, ya está destinado a anularse a él mismo. Sin embargo guarda un sentido: no sólo destruir al trabajador sino, ocuparlo, fijarlo, controlarlo y quizás, a la vez, darle conciencia, de que producir y no producir es lo mismo, igual es trabajo. Pero, también, de este modo, esa nada, el trabajador, ha de tomar conciencia, de que la sociedad que se expresa a traves del campo de trabajo es eso contra lo cual hay que luchar, aun muriendo, aun sobreviviendo (viviendo pese a todo, por encima de todo, más allá de todo) supervivencia que es (asimismo) muerte inmediata, aceptación inmediata de la muerte en su rechazo (no me mato porque esto les gustaría demasiado, me mato pues como ellos, me quedo en vida a pesar de ellos)".

Aire!